lunes, 24 de noviembre de 2008

EL ABRAZO COMPARTIDO




Escribir no es tarea fácil. Escribir de cualquier cosa, de la vida, de la amistad, de la familia, de los amigos, una historia, cualquier cosa… nunca es fácil.
A veces abro un documento con intención de llenarlo de palabras, de buenas o malas intenciones, de ideas que se van, de pensamientos que me invaden, pero cuando tengo la página en blanco frente a mi… no es fácil.
Me pongo a escribir, y dejo escapar unas letras “Un día de noviembre un hombre sale desnudo a su puerta, baja dos de los peldaños que dan acceso a su casa, mira fijamente al frente, sin un lugar fijo, como pudiendo ver los fantasmas que se pasean por la calle.
Ese día Juan o José o tú, tal vez incluso yo, se sienta en el tercer escalón, con su mirada fija en el horizonte.
Las hojas que han caído del otoño se pegan a sus pies, las motas de polvo manchan su piel, la arena del viento se filtra por sus poros…. como en la vida y los hechos que nos manchan, se nos pegan o filtran por nuestros poros.
Pero ese día ya todo pesa, y Juan o José o tú, tal vez incluso yo, sigue mirando fijamente.
Un brillo aparece en su mirada; un brillo que es como el lucero del alba, el que aparece y anuncia la noche. Pero este destello es distinto. Anuncia, pero anuncia una lágrima.
La lágrima resbala por su cara, arrastra el polvo que mancha su piel, limpia la suciedad de su cara, filtra el dolor de su alma….”
Y ya ha vuelto a suceder, ya hay una historia, una pregunta, un personaje que de golpe forma parte de mi vida, de mi yo interno. ¿Quién es el? ¿Por qué llora? ¿Qué ha sucedido?
Y ya estoy inmerso en una vida que no es la mía, en un personaje que desconozco, en una historia que me causa pena, alegría, que me hace sentir.
Pienso en él, la historia avanza en mi cabeza, pero ya no hay tiempo ni páginas en blanco que pueda rellenar. Solo está en mi cabeza,…”y de golpe aparece un viejo paseando su perro, y se acerca y le pregunta qué le sucede.
Nuestro hombre se levanta, su mirada vuelve en sí, reacciona ante la pregunta del viejo. Le abraza bien fuerte con uno de esos abrazos que te arropan el alma, le da las gracias y entra en su casa.
El otro hombre, el viejo, se ha quedado con la mirada fija, en el horizonte… de golpe un destello aparece en su mirada y se convierte en una lágrima que cae lentamente acariciando su cara, y sonríe.
Sigue paseando su perro por la acera, pensando en el hombre que le acaba de devolver la sonrisa a su rostro.
¿Y nuestro hombre? Este Juan o José o Tu, tal vez incluso yo…. ¿Qué ha sucedido con él?
Él, ha vuelto a entrar en su casa. Se ha sentado en su mesa, frente a su ordenador, frente a la pagina en blanco que ha estado contemplando durante toda la noche, y ha empezado a escribir: “Miguel paseaba su perro un día de noviembre, las calles estaban desiertas, llenas de las hojas con las que el otoño había alfombrado la ciudad…”